jueves, 25 de noviembre de 2010

Para ti...

domingo, 7 de febrero de 2010

Frase destacable...

El otro día un ser querido dijo:

Prefiero un hijo enfermo que uno maricón...


Que lindo, no???

:(

martes, 15 de diciembre de 2009

Está mal...

Está mal, señores...
El otro día paseaba por la calle y vi a una pareja de lesbianas que llevaban a una niña con ellas...
Me puse a reflexionar y dije: ¡Que horror!
¿Imaginense a las atrocidades que está expuesta esa niña?
Por ejemplo, piensen en la confusión que le creará no tener una figura paterna,
lo más probable es que la pobre sea lesbiana sin querer ¡Que horror! ¡Que aberración!
¿No les da vergüenza acaso?
¿Dónde quedaron las buenas costumbres?
Esa niña está en muy malas manos,
yo mismo la arrancaría de esas arpías...
no es posible que a esa niña dos mujeres le den todo el amor del mundoi, la cuiden, le den protección y un buen futuro...
No señores, el amor entre seres del mismo sexo es antinatural, y si traen una niña además ¡Insoportable!
De seguro que esas mujeres son unas enfermas mentales,
De seguro que le pueden hacer algo...o pervertirla...

No señores, debemos tomar a esa niña, sacarla de los brazos de amor de sus madres y ponerla en un hogar de menores, donde aprenderá a drogarse, a entender su rol en el mundo (como empleada doméstica o servil esposa), a entender que jamás será profesional o universitaria y a asumir su pobreza, todo, claro, bajo una crianza dentro de una correcta y recta sociedad de valores cristianos...

lunes, 12 de octubre de 2009

Labios de miel

Untaba su dedo índice en el frasco de miel y se lo pasaba por los labios golosamente. Rojos, deslumbrantes, brillaban con la luz de la luna.

La noche estaba fresca, algo caliente por la llegada del verano. La muchacha guardó el frasco en su cartera pequeña y siguió esperando la llegada de su novio. Llevaba dos horas en la banca color caoba y su corta falda llamaba la atención de los escasos transeúntes que por ahí pasaban.

No era seguro que una muchacha tan sensualmente vestida se expusiera a los riesgos de la calle. Su mirada de fiera podía tentar la mente de cualquier desquiciado. Aunque probablemente eso quería la mujer, una víctima sobre la cual lanzarse.

Era muy llamativa, y sin embargo su seducción natural no caía en lascivia. Parecía una doncella nacida de la llegada de la noche, y no una puta, como podría pensar alguien que escucha la descripción de sus vestimentas.

De pronto pasó Isabel, apurada. Tenía que completar su tesis, y corría a casa de Penélope para que le entregara la base teórica de la parte número veintidós del trabajo. Sus pies se movían frenéticos por las baldosas hexagonales de la avenida. Cada veintitrés hexágonos su mirada se iba indirectamente hacia adelante y luego al lado. Cuando ya llevaba doscientas setenta y seis baldosas dirigió su vista hacia el frente para realizar su duodécima inconsciente inspección y lo que vio la desconcertó.

Los ojos de Isabel dudaron un momento en seguir mirando, no obstante se dejaron llevar por la seducción y el calor de la noche. Ahí estaba, Isabel, con su chaleco verde y su boina de niña extraña, parada frente a la imagen más seductora que había visto. Era esa seductora mujer, con sus labios de miel miró sin ningún tapujo a Isabel.

De pronto pasó un bus que rompió con el silencio de la noche, luego el silencio retornó, y con su llegada Isabel comenzó a avanzar otros veintitrés pedazos de suelo cuando la voz de la mujer la detuvo:

  • Perdona... ¿Tienes fuego?

Los ojos de Isabel se abrieron asustados y apenas alcanzó a musitar un “si”. Nerviosamente le ofreció un encendedor a la diosa incógnita que apareció ante sus ojos.

  • ¿Qué me miras tanto niñita? ¿Acaso me conoces?

Isabel se asustó con la pregunta. La mujer la descubrió, sabía que la estaba observando anonadada. No dijo nada, sólo se quedó mirándola, como atontada por la perfección de su rostro, carente de cualquier vestigio de dolor. Era un rostro plácido y encantador, era una especie de ángel caído que fumaba frente a sus ojos de la manera más fina posible.

La mujer, como adivinando las intenciones de Isabel le regaló una sonrisa un tanto despiadada y le hizo una pregunta que le llegó como una flecha en el pecho:

  • ¿Te gusta la miel?

Y antes de que Isabel dijera algo la extraña mujer tiró el cigarro al suelo, se le acercó peligrosamente, le cogió el rostro cariñosamente con las manos y aproximó sus labios a los de ella.

Lento, suave, la noche parecía suspirar, el calor se hacía cada vez más intenso. Isabel no aguantaba más, y el roce de los labios dulces de esa extraña la hacían temblar y le turbaban la existencia. Nunca antes sospechó que iba a pasar eso. Se sentía culpable, más no importaba, era un pecado dulce. Desde que iba en la escuela de señoritas que se moría por hacer algo así. Pero se había callado, nunca le había dicho a nadie algo de su extraña afición por las muchachas- “Ya se me va a pasar” - pensaba ella.

El dulce de los labios, el contacto de las lenguas, los dedos que acariciaban suavemente el rostro, las manos de Isabel en la cintura de la desconocida, un pequeño rastro del humo del cigarro que yacía en el suelo, ignorado por completo. Todo eso hacía estremecer el momento. ¿Habrían transeúntes? Daba igual. Lo único que contaba era saborear, la miel, esa dulce miel que se hacía cada vez más dulce, más dulce y luego... un poco amarga, y más y más, hasta que Isabel abrió los ojos y se encontró en la cama del hospital, un poco acalorada, con el sabor dulce y amargo a la vez de ese desagradable jarabe de miel y propóleo que le habían dado en el hospital para que se recuperase de su falla respiratoria.

La mujer miró un rato a su al rededor y buscó en las paredes de la habitación un rastro de humanidad, hasta que vio un retrato de una mujer muy encantadora con un eslogan que decía “tome coca-cola”. Si, definitivamente era la mujer del sueño. Isabel suspiró y dijo sin pensar que había una enfermera cerca:

-¿Qué fue eso? ¿No me estaré poniendo lesbiana?



Los tres cerditos

Antes, todos lo Martes me daba una vuelta por la cantina para ver si me encontraba con alguno de esos viejos amigos de infancia, con alguien con quien pasar un buen rato y divertirme.

Me acuerdo que un día de esos, fui como siempre a La Corona, la mejor cantina de la zona. Allá me encontré con un viejito que tomaba vino, solo en un rincón. Le pregunté si lo podía acompañar, me contestó que si. Entonces me dijo que me iba a contar un historia de amor. Me reí un buen rato presagiando que el anciano me iba a contar alguna estupidez, su nariz ya estaba bronceada con el alcohol así que todo podía pasar en su relato, lo escuché atentamente:


-Mi historia de amor comienza así. Había una vez, tres cerditos desobedientes que sin permiso de su mamá se tomaron de las manos y empezaron a cantar...


Cuando dijo eso me reí a carcajadas... ¿Cómo iba ser esa una historia de amor? A no ser que los cerditos fueran homosexuales e incestuosos y que se amaran desenfrenadamente a pesar de ser hermanos. Podía ser, la verdad uno nunca sabe con que cosas pueden salir los cerditos de los cuentos. El caso es que lo seguí escuchando:


-Un día los cerditos, se vieron obligados a construir sus casas. Su mamá ya estaba harta de mantenerlos y consideró que ya era bueno que tuvieran casa propia puesto que hace un mes ya habían cumplido la mayoría de edad.

Mal trago para los cerditos... ¿Sabes por qué compadre? Porque eran pobres...pobres como nosotros, amigo... Así es el mundo... hay tanta desigualdad. Pobres cerditos...¡Pobres de ellos! Compadre, porque el menor de ellos tuvo que construir su casa con unos pocos cartones que encontró en el vertedero de la tierra de nunca jamás.

El cerdito del medio, por su parte, no fue mucho más afortunado y construyó su casa con los carteles que habían quedado de las elecciones. El pobre se armó una casucha pobre llena de sonrisas falsas y promesas de cambiar el mundo por la módica suma de un voto... ¡Qué plato, amigo! ¿Usted le cree a los políticos? Yo tampoco... ¿Y sabe? El cerdito menos, porque les dibujo barba a los senadores y obscenidades a los diputados...

El cerdito mayor, más afortunado que lo otros, se pudo comprar una casita mínima con aportes del estado.


Quedé un poco desconcertado con la historia. Y no porque el cerdito del medio le haya dibujado un pene en la frente a mi diputado favorito, sino que lo que me llamó la atención fue la cara del anciano cuando comenzó a contarme la otra parte.


  • Ahora, amigo, viene el amor de esta historia. Un día, mientras los cerditos platicaban en la acera, pasó un lobo no tan feroz. ¿Me creería si le digo que el lobo se obsesionó con el cerdito mayor? ¡Se volvió loco, compadre! Se enamoró a primera vista del cerdito... ¿Me lo creería, compadre? Cuando un lobo se enamora no hay quien lo haga cambiar de opinión, créame, se lo digo porque lo sé... El caso, compadrito, es que el lobo no podía dormir pensando en ese cerdo amado. Lo buscaba con la mirada por todos lados, pero en cuanto sus ojos se encontraban el cerdito huía a su casa de sólidos ladrillos financiados por el estado.

Un día el lobo no aguantó más... no le importó que los romances entre cerditos y lobos no estuvieran permitidos... para nada... Era de noche y se lanzó a la búsqueda de su amor porcino. Cuando llegó a la villa de los cerdos se encontró con los tres hermanos jugando a las cartas. Los tres, se metieron a la casa del menor para esconderse de la amenaza del lobo.

El lobo sopló y la casa de cartón se vino abajo. Los cerditos huyeron despavoridos y se

metieron a la casa de letreros políticos. El lobo sopló y no pasó nada. Entonces tomó su block de notas y escribió “Yo voto por usted” en un papel, se lo mostró a los carteles y lo lanzó volando. En ese momento todos los rostros de los políticos se desfiguraron, y como si se trataran de perritos a la caza de un hueso se lanzaron a la búsqueda del papel con sus lenguas afuera.

Los cerditos se metieron a la casa con subsidio del cerdito mayor, el rompecorazones. Eso causó que el lobo se desesperara. Su corazón ya no daba para más. ¿Se justificaba acaso tanto amor para alguien que no lo quería? Se cansó de rogar por amor y dejó a los cerditos en la casa. No se dio ni siquiera el trabajo de soplar.

¿No me va a preguntar que pasó con el lobo? Pues no me pregunte, porque le voy a decir de todos modos... El lobo vagó por el bosque, triste y abandonado, hasta que se encontró con una niña de caperucita roja. La verdad no sé que pasó con ellos...


Miré al anciano un rato y noté su nariz un poco más grande que lo habitual...entonces no pude evitar preguntar:


-¿Por qué tienes la nariz tan grande, viejo borrachín de la cantina?

-Es para olerte mejor...

-¿Y porqué tienes las orejas tan grandes, viejo alcohólico?

-Es para Oírte mejor...

-¿Y por qué tienes los ganglios linfáticos tan grandes, abuelito?

-Es para tener mejores defensas...

-¿Y por qué tienes la boca tan grande, viejo?

-¡Es para comerte mejor!


Entonces se me lanzó encima y alcancé a esquivarlo. Sus dientes se clavaron en la mesa. Era el lobo, y por algún motivo me atacaba.

El lobo siguió molestándome así que llamé a un amigo, el leñador, que andaba de novio con el príncipe azul de blancanieves.

Mi querido amigo le abrió el estomago al lobo, de donde salieron una niña con capa roja, una anciana y tres bailarinas semidesnudas. Estaban todas contentas, me recomendaron cien por ciento las dependencias del estómago del lobo. Por lo que me dijeron tenía un restaurante muy elegante y cinco habitaciones para sesiones privadas. Lo único incómodo era la salida, que si no era causada gracias a la ayuda de un leñador homosexual era mucho más incómoda y poco higiénica.

Al final de esa extraña noche en la cantina llamé a mi hermano para que me viniera a buscar... Íbamos a estrenar la nueva residencia de cartón que había construido luego de cierto incidente, sin embargo terminamos como siempre en la mía, emborrachándonos dentro de una humilde casa de cuentos financiada por el estado.

domingo, 4 de octubre de 2009

El Espejo

Horacio amaba a Horacio. Yo fui testigo de eso. Los vi besándose en el espejo y me quedé pasmado al ver la escena. Se veían tan iguales, tan idénticos, tan acoplados en ese amor extraño. Se movían al mismo tiempo, hasta en el suspiro más sublime sus pleuras se sincronizaban y mostraban a la realidad un sólo suspiro, gemelo, interminable.

Nunca fui partidario de los espejos. Pero Horacio insistía en que pusiéramos uno en el baño. En el momento en que me dijo: “Hombre, necesitamos un espejo. Estoy harto de peinarme con el reflejo de la tina” debí haber sospechado algo. Aunque como la mayoría de las veces, él lograba convencerme y sus deseos se volvían órdenes.

Eramos compañeros de habitación desde hace unos dos meses. Él estudiaba ingeniería, yo medicina. Él vestía de negro, yo de gris. Él tenía los ojos cafés, yo azules. Él tenía novia, yo un hámster. Él era heterosexual, yo dudaba de mi propia sexualidad a cada instante.

En el preciso instante en que lo sorprendí besando a su propio reflejo mis instintos ocultos se activaron. Sentí como mi homosexualidad fluía desde mi vientre y se asomaba por mi boca con una sonrisa perversa, una sonrisa inclinada un poco a la izquierda, una sonrisa que no decía palabras, pero si acciones.

Horacio cerró la puerta avergonzado, no trató de explicar porque besaba a su reflejo. No dijo siquiera una palabra, cerró la puerta e hizo como que ahí nunca había pasado nada.

Por las noches me asaltaba el recuerdo febril de ese espectáculo. Le daba mil vueltas y no lograba comprender el por qué de mi calor. No podía entender el por qué de mi impacto, de mi insistencia en repasar una y otra vez la imagen del espejo. Me sacudía mi propio cuerpo y no me dejaba dormir. Eran las dos y no podía conciliar el sueño. Algo faltaba ahí, algo necesitaba ¿Que sería?

Abrí la ventana para apagar el fuego que se me había prendido en el pecho, miré la calle buscando distracción y sólo pude ver perros peleando. Se ladraban furiosos, se enseñaban los dientes, amenazantes, y se revolvían todos contra todos, arrancándose pedazos de carne los unos a los otros. Peleaban por aparearse, por perpetuar su especie. Se movían en torno a las feromonas, en sus cabezas no había nada más que instinto punzante e insistente. Un instinto caliente que les hacía hervir las entrañas y que los hacía babear. Su única motivación era cogerse a la perra y luego desaparecer. Esa motivación definitivamente no resulta en mí.

El frío de la noche y la orgía de los perros no lograron enfriarme los ánimos, aunque tampoco me los calentaron, no vayan a pensar que soy un zoofílico.


Preferí vestirme y salí a dar una vuelta por la avenida. La noche era oscura, las almas dormían y las estrellas me miraban desde lo alto, con su imperturbable presencia. Saqué de mi bolsillo un chicle y mientras masticaba me puse a pensar, a buscar el momento exacto en que toda esta maldición comenzó.

Mi concepción de los géneros siempre fue más baja que la del promedio de los mortales. Nunca he distinguido entre hombres y mujeres: mis ojos ven personas. Personas que sienten, personas que aman. Nunca pensé en hombres o mujeres que sienten, en hombres o mujeres que aman. Tal vez ese es el problema.

Vale decir que hasta este momento las personas que habían logrado complicar mi existencia habían sido sólo mujeres. Por eso es que nunca antes me había hecho esta pregunta. Y por eso es que no tomaba en cuenta al calor que crecía dentro de mí cada vez que mis amigos de adolescencia me abrazaban o se cambiaban de ropa en los camarines frente a mí.

El hecho de no haber sentido nunca antes este extraño sentimiento (que ni yo mismo comprendía, que iba más allá de lo físico) por un hombre es lo que me complica ahora. Y no me complica por mí, sino que me complica por él, por los demás, por lo que van a decir cuando se enteren. Y es raro... porque no me siento homosexual, sin embargo me gusta un hombre... ¡Que estupidez! ¡Que enredo! Me gustaría poder encontrar las respuestas a todo esto, no obstante nada es claro, nada es suficiente.

¿Qué se supone que soy? ¿Homosexual? ¿Bisexual? ¿O es como dicen algunos, “Se te va a pasar, es una etapa nada más. A muchos nos ha sucedido”? De tanto hacerme esta pregunta llegué a la conclusión de que no vale la pena perder tiempo en buscarme una etiqueta mental. Soy una persona, eso soy, antes que todo lo demás soy un humano, con derechos y con deberes. Alguien que siente, que piensa, que sueña... y punto... mejor no me complico más.

Y ahora voy a lo puntual, a lo que pasó esa noche. Cómo decía, iba masticando chicle por la avenida y buscando el momento exacto en que me enamoré de Horacio cuando me encontré con la respuesta. Estaba ahí, en el suelo, tendida junto a otras respuestas similares, me miró con sus ojos tímidos y me ofreció una sonrisa. Yo la saludé, me la eché al bolsillo y di media vuelta. Comencé el retorno a mi habitación. Pisé cada una de las huellas que había dejado antes y tiré el chicle por ahí. Subí las escaleras silenciosamente, abrí la puerta. Comencé a caminar por la sala central y la respuesta me dijo lo que tenía que hacer.

Fui a la habitación de Horacio, y mientras giraba la manilla de la puerta pensé en la respuesta. Era una hoja de árbol que había recogido en la avenida. ¿Qué significaba esa hoja? Mucho. Significaba que los días son como las hojas de otoño. Se van cayendo uno a uno hasta que llega un punto en que se acaban. No quería que se acabaran mis días sin que él supiera que me pasaba algo con él.

El recuerdo de la escena del espejo me asaltó nuevamente. Entonces mi mente se iluminó y me indicó todo: quería a Horacio más de lo que estaba permitido. Lo necesitaba, quería darle las gracias por haberme ayudado tanto... quería celosamente quitarle el puesto a su reflejo en el espejo y ser yo quien recibiera ese inexplicable beso.

Me miró con ojos extrañados y luego de bostezar me dijo:

-¿Qué pasa? ¿Hay algún problema?

-Lo que pasa – dije yo – es que hay un tema que quiero hablar contigo.

-¿De qué se trata? Porque si es acerca del alquiler quiero que sepas que ya lo...

-No... no es acerca de eso.

-¿Entonces?

Hubo un silencio cortante en la habitación. No me sentía capaz de decir algo y sin embargo si no decía una palabra iba a desfallecer. Cerré los ojos, apreté los puños y escuché sus pasos, cada vez más cerca mío.

Pasaron mil años o un segundo, no lo sé. Pero cuando abrí los ojos casi muero al encontrarme con su rostro, cerca de mí... tan cerca que podía sentir el calor de su respiración y el aroma de su piel.

-Es por lo del espejo... - dijo él.

-¡No! Lo que pasa es que...

-Cállate – me interrumpió - ¿Acaso crees que no te conozco, enano?

Era cierto, siempre adivinaba cada uno de mis secretos, me leía como si fuese un libro abierto. Pasaron los segundos y en sus ojos había una ternura especial. Una ternura que se había formado con el tiempo.


Él era tres años mayor, y mucho más alto que yo. Lo conocí el primer día de clases. Yo era nuevo en la universidad y ese día los estudiantes del centro de alumnos andaban dando una charla. Él era el vicepresidente del centro de alumnos. Se acercó para hacerme una pequeña encuesta.

-Hola, ¿Puedo hacerte unas preguntas?

Me puse muy nervioso, contesté despacio y desvié la mirada cuando sus ojos decididos me escrutaron con fuerza:

-Si...

-¿Cómo crees que podríamos mejorar la calidad docente?

Contesté con el mismo nerviosismo y me interrumpió su risa. Me sentí horriblemente torpe, no obstante él me calmó:

-Perdón... es que... te encuentro tan niño...

Volví a desviar la mirada y creo que hasta me ruboricé un poco. Al igual que esa noche, en la habitación de Horacio. Aunque sólo yo supe que mis mejillas se habían enrojecido.

La noche parecía no acabar nunca y llevábamos ya casi tres minutos sin decir nada. Cuando de pronto sentí como me acogía en un abrazo precioso. No soporté más y mis lágrimas cayeron acompañadas de un débil hilo de voz:

-Si... es por lo del espejo...

Entonces me miró a los ojos, me regaló una sonrisa tierna. Cerré los ojos y... y... y de pronto en la oscuridad de mi mundo se prendió la luz, con el calor y la humedad de un beso. El beso más ansiado que había tenido hasta entonces. No existía ni pasado ni presente. No tenía idea de cómo estaba pasando, no tenía idea de nada más que del momento.

Me volvió a mirar con la ternura de siempre y me dijo:

-Hasta mañana...

Entonces se acostó en la cama y me quedé ahí, parado en su habitación sin atreverme a nada. Pasaron los minutos, las horas quizás y él ya estaba dormido. Yo simplemente lo miraba y no me reponía del impacto de lo que había sucedido.

Salí de la habitación temblando y me recosté en el sofá. Me quedé dormido y cuando desperté él ya no estaba, y sus cosas tampoco. Tomé mi celular, marqué su número doce veces. No me contestó nunca, así que le mandé un mensaje de texto que, por insistencia, contestó.

-LO SIENTO...SOY HETEROSEXUAL...

Eso era todo... y no hemos vuelto a hablar nunca más. Algunas veces, luego de lo que pasó, me lo he encontrado en la calle y en algunos eventos de la universidad, aunque ya ni siquiera me mira. Seguramente amaba demasiado a su novia, o a lo mejor Horacio se puso celoso y le dijo a Horacio que se alejara de mí.